Negocios son negocios

¡Las cosas de la vida, hombre! El mismísimo Augusto Colorado me acaba de llamar a invitarme a su casa. ¡No me las creo! Tan joven y ya consiguió casa. Yo tengo ticinco y ¿cuál casa, por Dios? Ni apartamento. ¡Ni pieza! Me toca compartirla con mi esposa. No tengo nada y el Colorado ya con casa. Pero bien por él, ha sido muy sufrido en la vida. O al menos hasta que nos graduamos, pues, porque quién sabe qué será del hombre…es de esas personas que uno nunca olvida así hayan convivido pocos meses. ¡Y no es que hayamos sido Los Grandes Amigos!, no, a duras penas nos saludábamos…yo creo que yo le caía mal, pero él a mi no, tenía una forma de ser muy agradable, quién sabe qué le pasaba conmigo, me va a tocar preguntarle ahora que nos veamos.

Siempre que pasa algún accidente en mi presencia me acuerdo de Colorado. Un día el profesor de sociales se desplomó de culos sobre su escritorio y mientras todos reíamos, él, Colorado, Colocho, Cocacolo, Rojo…sólo él se dejó de reír y fue hasta donde estaba caído el viejito, le revisó la respiración y salió corriendo a llamar a la enfermera. ¡Un héroe, Colorado! ¡Gracias a su hazaña todo el curso pudo ganar sociales! Mientras él, el sapo, se ausentaba en busca de ayuda, nosotros cambiamos la planilla de las notas… ¡grande, Augusto! Todos lo queríamos mucho, los muchachos y yo, las muchachas, el grupito de nerds, incluso el par de maricas que se mantenían juntos y no le hablaban a nadie, hasta ellos le hablaban. El último recuerdo que tengo de Colorado es muy triste, ese día se fue del colegio, no alcanzó a graduarse con nosotros. Pero es comprensible…por accidente, perdió la vista en un ojo y tiene media cara cicatrizada. Horrible recordar eso. Mejor me baño para llegarle temprano.

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― ¿Y ese parche no te incomoda?

― Para nada Chechín, uno se acostumbra y ya ni lo siente después.

― Hombre, verraco eso que te pasó. Nosotros queríamos que te graduaras con nosotros…

― ¡Que va, maricón!, ¿no fuiste vos el que me echó el ácido en clase de química en la cara y eras cagado de la risa?

― Sí…pero no nos acordemos de cosas malucas…mejor, contame, ¿estás dando culo o estás de mandarinero?

― ¿Cómo así, marica?, explicate…

― Sí, mirá, dizque tomando whisky en dizque copas de cristal dizque templado, con un dizque televisor dizque de plasma dizque de muchas pulgadas, con dizque sonido dizque envolvente, en una dizque mansión… ¿estás dando culo o estás de mandarinero?

― Ni lo uno ni lo otro…pero, ¿los mandarineros ganan mucho, o qué?

― Los que venden mandarinas no…los que mandan harina, sí…

― ¡Bobo, hijueputa!...nada, Chechín, si te contara…

― Si me contaras, sabría. Contame, pues…

― No, es que te vas a reír. Es una cosa rarísima, pero te adelanto, no es con drogas, hermano…

― Mejor llename el vasito y empezá, despacio. No hay afán…estos silloncitos son caros pero ¡qué comodidad!, te sabés dar tus lujos, Colo…

― Mirá, Che, estoy haciendo porno…no, no te riás que es en serio.

― ¡Ja!, con esa barriga tuya, no quisiera saber el título de las películas…¿ ‘Mondongo ardiente’?, o, ¿es porno para zoofílicos?

― No, no hay cámaras, no son películas, hermano. Ni soy yo el que se empelota…son shows. Hago espectáculos, soy manager y dueño de un grupo de desnudistas, Chechín.

― ¿Y dónde está lo raro?

― Se desnudan y si pagás más, pues, te fabrican el amor…y tienen mucha experiencia, hermano. Te las recomiendo ―terminó con una carcajada. Al mejor estilo de los 70’s.

― No, yo no la voy con las putas, Colochín…

― Tampoco creo que te guste ninguna de mi grupo, esperate te muestro el catálogo…

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G-old Ladies es un colectivo de artistas, mujeres latinas (en su mayoría colombianas, venezolanas y cubanas) de la tercera edad, dedicadas a la organización y realización de shows de baile y canto, con servicios extras tan diversos que van desde la venta de licor hasta el acompañamiento sexual (recomendado por la casa, es la especialidad de las G-old Ladies). Con cubrimiento a nivel mundial, tarifas para todos los bolsillos y facilidad de pago. Visítenos en Internet: www.GrannyOldLadies.com. Infórmese sobre tarifas, servicios, descuentos, y si desea unirse, mire el formulario.

A continuación, podrá ver algunas de las modelos con las que contamos:

Nombre: Hot Stellita.

Edad: 77.

País: Colombia.

Así se describe: “Soy tierna, desvergonzada, sexy y me muevo como la Bardot

Medidas: 140 – 94 – 192.

Precio: 900€ noche.

…”

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― ¿Y a vos cómo se te ocurre que estas viejitas te van a dar plata?

― Jajaja, Chechín, pues sí. Si vieras la cantidad de pervertidos que hay en este mundo, hermano…

― ¡Ah!, hay de todo, eso es cierto…pero, ¿cómo llegaste a eso?

― ¿Te acordás de Adriana?, pues cómo no te vas a acordar…

― Si, ya sé que me la comí cuando era tu novia, pero creeme que me arrepiento, Colo, creeme…

― Bueno, pues, ojalá y no hayás sido vos el que le enseñó esas cosas, hombre…¿ella no te hizo nada raro?

― ¡Pero nada!...bueno, claro que me intentó meter dos dedos por el culo, pero yo no me dejé…¿qué te hizo a vos, pues?

― Hombre…esa nena tenía unas costumbres raras en la cama, tenía bolas chinas, bolas rusas, vibradores de todos los tamaños, oís, TODOS, y lo peor es que le encantaba que se los metiera por todos los huecos…en fin, las últimas veces se tomaba un tarro de laxante y me decía que la cogiera por el culo mientras le salía diarrea…y yo no podía con eso, hermano. Al final, me dejó por un man que sí le seguía el jueguito…

― Ve, ¿ésta es tu abuelita?

― ¡Imaginate!, doña Esmeraldita está en mi negocio…es más, ella es la que más niñas me ha traído…como se mantiene yendo a clases de croché y esas cosas, pues allá me colabora con publicidad…

― ¿Y por qué en Euros?

― Che, en Europa hay mucho dañado. Y en Gringolandia también. Pero es mejor cobrar en Euros, menos billetes.

― Pues ojalá te siga yendo bien con el negocio…me saludás a Doña Esme, ¡tan joven que se ve acá en la foto!

― Photoshop, pendejo…pero listo, yo la saludo. ¿Te vas?

― Sí, tengo que ir por mi mujer…

― Bueno, me la saludás, y tomá, este pase es para que vayás el viernes al bar donde voy a estar vendiendo el show…resultó un grupo de políticos interesados en el espectáculo y alquiló esa discoteca que dice ahí, decís que te dejen pasar directo al palco, ahí voy a estar esperándote para que nos tomemos los whiskys.

― Lo dudo, viejo Colo, no quiero ver eso…en serio, soy de estómago sensible…

― Pues no lo mirás y ya, la idea es que bebamos, hombre…

― Si algo, te marco, Colo. Yo me voy o me cortan los servicios.

¡Grande, Colo! ¡Siempre salvando el parche!...¡no se alcanza a imaginar lo feliz que me hace hoy que no me tengo que conformar con verlas por Internet!

Del vicio al hecho, hay mucho trecho.

Esta semana me ubicó un viejo amigo que no veía hacía mucho tiempo y me propuso tomarnos algunas copas para desatrasarnos de las tantas cosas que seguramente tendríamos para contarnos. Que tranquilo, que él invitaba, que estaba trabajando. ¡Perfecto!, ¡no se diga más! ¿A qué horas? Nos encontramos en un parque y nos metimos a un pub alemán donde vendían decenas de marcas de cerveza. Mientras la mesera nos traía las dos Pilsen que habíamos decidido pedir, le comenté que estaba asombrado por lo que veía, es que casi no lo reconozco cuando lo vi esa noche la primera vez. ¡Este pendejo encachacado y oliendo rico no puede ser el mismo grunge que alguna vez se hizo llamar igual! Llegaron las dos cervezas, y luego otras y otras y en fin, ya ni me acuerdo en qué terminó el reencuentro, pero el tema principal de la noche era su pena de amor, porque alrededor de eso, empezaron sus problemas, me dijo.

Marlon era el típico adolescente apático que prefería estar solo en su cuarto, que salir a una discoteca, pero eso sí, drogado hasta más no poder. Aunque podía. De pelo largo, crespo y sucio, uñas comidas, jeans rotos, camisetas viejas y desteñidas y su infaltable tula terciada al pecho. Ahora era un joven empresario, emprendedor, según me contó, de un traje impecablemente lucido, zapatos negros relucientes, pelo al ras y mucha pero mucha loción francesa. ¿Qué había pasado?, ¿qué fuerza tan poderosa habría hecho bañar a Marlon?

― Me cambió el amor, hermano ―me dijo en tono de confesión mientras yo le miraba las piernas a la mesera.

― ¡O tu novia! ―le respuse.

― ¡Es que eso es lo peor, que ni siquiera somos novios!, me tiene loco esa niña, pero hay algo que me tiene cabezón…yo no sé si seguir atacándola…

― ¿Tiene un hijo?

― No, no es eso…odia mis vicios.

¡Pues que no los coja, hombre! Era muy sencillo, pensaba yo. Lo sensato es que los vicios son sólo del que los tenga y no del que los aguante, y sólo el dueño tiene derecho a opinar sobre ello. Resulta, pues, que Marlon encontró el amor de su vida, la niña de sus ojos, la media naranja, etcétera de mañesadas; una mujer que le habría revolcado su mundo y logrado influir tanto, que sin tener una relación oficial, había matado al grunge. Al principio ella no decía nada cuando él se inhalaba su coquita o se fumaba su mariguanita o se tomaba sus pepitas, con el tiempo fue empezando a opinar sobre lo que él hacía y ahora, definitivamente, los odiaba, no los soportaba. Le había dicho últimamente que escogiera entre ella y sus vicios. Él, obviamente, prefirió la vagina. Se había vuelto necesario disminuir en grandes cantidades las cositas que metía y, con la mano en el corazón, me dijo que no soportaba la situación.

― Bueno, y si no te aguantás, pues despegala ―le aconsejé.

― Yo no sé, hermano, eso me tiene muy aburrido…la nena está hermosa y me tiene loco, ya sabés, pero la vida sin drogas no es igual.

― ¿Y qué razones te da ella para que te toque dejar de meter?

― Está convencida de que la droga me va a volver un desechable…

Desde ese momento supe que al tipo le iba a ir mal si seguía con ella. Marlon es un tipo de una mentalidad abierta y una imaginación bárbara, aunque ahora no se vea como tal, sigue siendo el tipo deschavetado que solía ser, y dolería ver cómo se castran las libertades de un hombre por una mujer, sólo por el hecho de ser closed mind.

― ¿Y es que vos no te ganás tu plata o qué? ―empecé a animarlo.

― Pues sí güevón…pero es que… ―lo interrumpí.

― ¿Y es que no sos profesional?

― Sí, pero como te iba a decir… ―volví a interrumpirlo.

― ¿Estás dispuesto, entonces, a tener una vida libre de sustancias, definitivamente?

― ¡NO! ―gritó y se agarró la cabeza con desesperación para luego comenzar a llorar.

― Ya te resolviste entonces, Drogas 1, Mujeres 0.

Me abrazó, agradecido. Había decidido por fin, después de tanto penar, volver al buen camino y alejarse de las malas compañías. Salimos del pub para saborear algo de White widow en blunt de menta, bebimos unos tragos sueltos en un local y la noche se fue convirtiendo en bruma… Sólo me quedan algunos fotogramas de lo que pasó después, pero recuerdo una última cosa que me dijo antes de que me atacara la amnesia: “Oíste, ahora ya tengo otra decisión dura para que me ayudés a tomarla, ¿me quedo con el licor o con la bareta?”.

¡Feliz día, Colombia!


¿Y qué dijeron, que no me iba a acordar de mi Patria? ¡Feliz día, mi Colombia hermosa! ¡Ah! ¡Qué regocijo siento hoy! Todas las casas con la bandera tricolor en la fachada, marchas militares en todas las ciudades, millones de pesos invertidos en pirotecnia, en fin, el orgullo patrio se respira por el aire y el pueblo celebra unido los doscientos años de su independencia. ¡Ay, qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano!

A las seis muy AM estuve siendo despertado por la alarma de mi radio reloj Sony, lo apagué y me dirigí a la cocina para poner a preparar mi cafecito colombiano, me bañé, me puse mi camiseta del bicentenario y salí al balcón a colgar mi bandera de tres colores Made in China. Mis vecinos estaban en lo propio también y los saludé con un grito amistoso de compatriota. La cafetera Black&Decker ya tenía listo mi tinto colombiano, lo serví, cargado, como nos gusta, y me senté frente a mi televisor Panasonic a mirar qué programación nos tenían preparada los canales nacionales.

¡Qué desfile! Muchos cascos marchando con sus fusiles estadounidenses, al ritmo de una banda marcial encabezada por un soldado cargando una bandera de Colombia gigante, la meneaba de un lado a otro, mientras sus compañeros le daban a los tambores y caminaban al un dó, un dó, un dó. Terminaron de desfilar y uno de nuestros más ilustres políticos se subió a una tarima y comenzó a dar un discurso netamente colombiano…subtitulado al inglés, y eso.

No aguanté la emoción de ver tanta belleza junta y apagué el televisor Panasonic (juro que una lágrima rodaba por un cachete). Ya era hora de desayunar, y cómo no, quería hacerlo al mejor estilo criollo, como desayunamos en esta tierra: pancakes con miel de maple y jugo de naranja, obviamente. ¡Ahora, a leer el periódico! Y a que no adivinan… ¡Edición especial!, claro, celebrando la independencia, carajo. Como todos deberíamos estar haciéndolo. No hay nada más bonito que sentirse independiente, es una de las cosas más satisfactorias en la vida…como mi Colombia se siente desde que es libre, desde que hace doscientos años se lanzó el grito de independencia y España, nuestra madre, nos dejó de joder la existencia.

Me tercié mi carriel ―que, a propósito, lo pronuncio como se debe, carry all―, me puse el poncho, alisté mi peinilla y me calcé las alpargatas. Salí a caminar y aproveché para revisar que en cada casa colgara una bandera, con la firme intención de, donde no hubiera bandera, echarle la policía. Dos o tres casas sin Colombia en su fachada. ¡Qué horror!, ¿quién se atreve a no celebrar esta fecha tan importante? Definitivamente el país está como está es por gente así, y se los grité, aunque creo que no había nadie.

Llegué a una avenida principal y había muy poco tránsito de carros, ¡claro!, todo el mundo anda celebrando hoy, ¿por qué sacar el vehículo? Me sorprendió notar que ningún carro llevara la bandera en el capó, se me ocurrió de repente que se podría hacer una modificación en las leyes, como acostumbran acá, y obligar a los dueños de los vehículos a poner la bandera en días como hoy. Había un semáforo en rojo y la imagen que vi fue la que me conmovió más: unos indígenas pedían monedas a los carros que paraban, lo hacían felices, sonrientes, se les notaba la independencia, ellos sí que tenían motivos para celebrar. ¡Definitivamente, mi país independiente sí es la putería! ¡Que viva Colombia independiente!

¡Oh, no!, ¡mástico!


¿Queda claro, entonces, eso de que un segundo que vivamos es un segundo que morimos?, bueno. Parto de lo anterior para desahogarme como acostumbro, con letras: estoy sumamente angustiado, esta última semana ha sido muy difícil por culpa de mi carácter, mi ánimo está detestable…es porque se acerca la fecha de mi aniversario; estoy próximo a acumular más de diez años de estar muerto. ¡Eso es mucha muerte junta, carajo! No me cabe en la cabeza cómo es que, después de venirme muriendo tantos años, siga estando vivo. Se leerá paradójico estúpido y les parecerá banal mi preocupación, pero es lo que me tiene así, puedo asegurarlo. Hace unos años perdí la emoción que sentía cuando se llegaba la fecha de mi onomástico, ya no soy capaz de hacerme a la idea. Lo raro para mí es que veo que a todos mis conocidos les encanta cumplir años, tienen preparada la cuenta regresiva desde meses antes y se la pasan pregonando por doquier la fecha anhelada. Pero, ¡por un dios!, ¿cómo pueden ser tan masoquistas de celebrar, año a año, el día en que se empezaron a morir? En fin, cada loco con su tema, y yo no me meto en los gustos raros de los demás.

¿Y qué es eso que me molesta tanto de cumplir años?, simple: casi todo, menos celebrar: voy por partes. Lo primero es que prefiero que no me feliciten a que lo hagan por compromiso, y desafortunadamente, la red es propicia para eso que odio. Luego, el mogote de llamadas y de mensajes deseándome un excelente día y recordándome que no importa que yo cada año esté menos vivo, ellos están felices, y celebran, incluso (eso de celebrar es lo que menos me molesta de los cumpleaños, y de hecho, me atrevería a decir que yo sigo cumpliendo años porque me encanta celebrarlo). Pero bueno, no puedo ser desagradecido, yo no creo que lo hagan con mala intención, de verdad, sólo que las costumbres son muy difíciles de entender a veces… No los culpo, y les agradezco, siempre. Lo que más me fastidia son los regalos, creo que esos momentos son de los más incómodos que puedan llegar a pasarle a uno como Sujeto. ¿Quiénes se creen para pensar que pueden atinarle a mis gustos?, ¿quién soy yo para atreverme a indagar sobre tallas de ropa o gustos de comida? Es realmente incómodo recibir un obsequio que, simplemente, no es obsequiable ―y menos recibible― pero que por cordialidad, hay que agradecer; por otro lado, es peor de desagradable tener que acabar las neuronas (que se pueden matar de otras maneras más apetecibles) pensando en algún objeto, de cualesquier calaña, para no llegar con las manos vacías. ¡No, no hay derecho a tanta falsedad! Trato de evitar esas incomodidades y por eso no es mi costumbre llegar con regalo al o a la homenajeada.

Ya leyeron, no todo es malo. Llega el momento de la celebración, cuando ya se ha realizado el debido protocolo con cada asistente al agasajo, palabras sutiles de muchos, los regalos están donde deberían: guardados, los visitantes no deseados se han ido, hay tragos empezando a rodar de mano en mano y empieza a olvidársele a uno que se está muriendo; aunque, claro, no falta el borrachín imprudente que ofrece un brindis por el moribundo…luego otro, y otro. El mejor momento de esas fechas es cuando el licor ha venido influyendo fuertemente en nuestro actuar y nos parece tan fácil hacer cualquier cosa, como no hacerla. Ahí se convierten en fechas memorables, de comentarios hilarantes, botellas vaciándose, colillas de cosas en el piso, risas, abrazos…¡claro!, ¡media noche!, ¡ya no es el cumpleaños!, ya pasó lo difícil, ahora sí, a celebrar. Ése momento, no otro, es el que debería ser importante, pero ahí es donde vienen los problemas, porque generalmente son esos los instantes que uno, veinticuatro o cuarenta y ocho horas después, no tiene del todo claros. Es más, ese lapsus, en mi caso, siempre me ha tocado preguntarlo al otro día.

Ayer visité a mi sicólogo y me intentó ayudar a superar este mal rato que ando pasando. Entre otras cosas, me dijo que hiciera caso omiso a eso de que me estuviera muriendo, pero después de un rato resolvió, mejor, llamar a Seguridad y enviarme de urgencia, en ambulancia y todo, al siquiatra. Antes de que me dispararan el dardo tranquilizador, alcancé a pedirle al profesional que me dijera cómo podría aliviar tanta angustia, y, como era de suponerse, me recetó droga. Así que, ya saben, espero verlos en la celebración de mi aniversario…ojalá que con algo que me ayude a curarme del todo.

La noche de los deseos (un bonito cuento de año nuevo)

Después de terminar con la lista de pendientes que tenía planeado cumplir en la tarde, Matías había regresado al apartamento, tan sólo a unas cuadras del de sus padres, para descansar un poco y más tarde, antes de caer la noche, salir a caminar. En el centro comercial había pasado un buen rato en familia, su mamá y su hija se habían entendido a la perfección; la genética no falla y tenían la misma forma de ser, inconfundible. Ambas se tomaron a pecho la tarea de conseguir los ingredientes para la cena de la noche y con mucha maña pero con mucha calma, recorrieron el supermercado de arriba abajo. Él sólo las seguía, mirándolas, plácido. Se había imaginado la escena muchas veces, mientras esperaba que los días fueran quedando atrás, que el presente y el pasado no se encontraran en la misma dimensión.

Manejó el carro de vuelta a la casona donde había crecido junto a sus hermanos y sus viejos, bajó las bolsas más pesadas y las más delicadas, y dejó que Valeria se encargara de unos paquetes de menos tamaño. Su madre ya había abierto la puerta y la pequeña corría, unos metros delante suyo, en busca del abuelo. Matías se aseguró de que la alarma del Jeep sonara y con cuatro bolsas pesadas entró a la casa. Todo estaba igual, tal como lo recordaba; cuando llegó esa mañana, lo primero que lo sorprendió fue percatarse de que el tiempo en esa casa no pasaba. Las mismas cortinas, la misma mesa de centro en la sala, los mismos retratos familiares en los muros, el mismo techo alto y de tejas viejas pero en buen estado, el mismo piso de baldosas amarillas y vino tinto ―reluciente, como siempre―, el mismo perfume de los azahares del solar. Acomodó las bolas en la cocina, donde Doña Vicky iba a empezar la cocción de la cena y se fue directo a la sala. En una silla mesedora, su papá llenaba de besos las mejillas de la nieta. Vio a Matías y se levantó para darle un abrazo.

― ¡Pero veamos quién nos visita!, ¡el hijo pródigo! ―le dijo con afecto.

― ¿Cómo estás, viejo?...¡cuánto hace!

― Enfermo, como tu mamá de debió decirte, ¡pero alentado! Eso sí no creo que te lo haya querido decir ―y soltó una carcajada, a la vez que cargaba a su nieta. ¿Es igual de hermosa la mamá?

― Sí, es idéntica, si quiera se parece a ella y no a tu hijo, hubiera sido muy demalas la pobre.

― Ve donde tu abuela, hijita, que seguramente necesita de tu ayuda allá en la cocina ―le dijo el viejo a Valeria, mientras ella le obedecía. ¿Cómo seguiste con tu depresión? ―le preguntó a Matías, invitándolo a sentarse en la silla del lado, con la cabeza.

― Bien, papá. He estado mejor, ese tratamiento me fue de mucha ayuda…y bueno, separarme tanto tiempo de ella también.

― ¿Todavía te duele hablar del tema?

― No, ya creo que lo superé…suficiente tiempo con esa idea en mi cabeza. Mejor pensé en la niña y decidí arreglar las cosas con Sandra. A propósito, papá, ¿cómo te pareció tu nieta?

― Hiciste un buen trabajo, muchacho. Por teléfono me la había imaginado diferente, menos…morena, vos sabés.

― Vos y tu racismo, viejo. Sandra es negra y yo no soy blanco, era imposible que saliera de otro color. Mejor preocupate porque esté bien de salud…

― No te irrités, hijo, sólo decía…

― Mejor me voy a mirar qué hacen mi mamá y Vale.

Sí le molestaba hablar de Sandra, y mucho. Le dolía. Tres años y no superaba la escena. Se fue hasta la cocina y vio a su mamá con su hija, jugando con harina y riéndose como dos amigas.

― Juntas van a ser un problema ―les dijo Matías mientras se les acercaba. Me alegra que se lleven tan bien, mamá, no sabes cuánto. Tenía miedo de que no se entendieran…pero ahora tengo miedo de lo bien que se entienden.

― Es hermosa, adorable, no sabés lo mucho que me recuerda a Angelita…

― Mamá, dejala morir en paz. La pobre nos dejó hace más de veinte años y vos seguís sufriendo por ella…

― No sabés lo que es tener un hijo muerto.

― Ni lo quiero saber ―se acercó a Valeria y le besó la frente. Mamá, ¿qué hay de Marquitos?

― Ése vago sigue viviendo ahí donde siempre, ¡por Dios!, con la mamá. Doña Belarmina vive jarta de ese vergajo. A cada rato lo tiene que ir a sacar del calabozo y pagar las fianzas. No me digás que vas a ir a hablar con ese muchacho.

― No es para tanto, má. Mirá que somos amigos desde pelados y yo no vengo a la ciudad desde hace ocho años. Lo saludo, me desatrazo y vengo.

― No te demorés que tus hermanos ya están que llegan. Tenés que ayudarme a bajar tu tía Rosa del taxi, está toda jodida por la artritis… ―esperó a que se diera la vuelta y lo llamó― Mati…― se mordió los labios pero le preguntó―¿vos todavía tirás vicio?

― Pero por supuesto, má. Nada más mirame los ojos…

― Y…¿Valeria sabe?

― Sí, claro, mami. Desde hace dos semanas que vive conmigo sabe que fumo. Es más, ella a veces come. Le encanta. Tengo que conseguir acá para que le hagás un flan, con eso te la comprás.

//

El barrio estaba muy cambiado, las propiedades horizontales habían inundado el panorama y las montañas que antes dejaban salir el sol por la mañana, no se veían. El comercio también estaba por todos lados, ahora había más tiendas a parte de la de Joaco, la de toda la vida, también almacenes de ropa barata, blusas a diez mil, la que escoja. Caminaba sin esforzarse, autómata, recibiendo imágenes familiares que le evocaban momentos de infancia. Odiaba sentir ganas de llorar y prefirió buscar la casa de Marcos.

― ¿Doña Belarmina?, ¡cómo está!, mire, yo soy Matías, ¿se acuerda de mí?

― Claro que sí mijo. Claro que anda muy cambiado, todo grandote, ya.

― ¡Lo que logra la buena vida, Doña Belar!... le pregunto, ¿Marcos?

― Arriba, mijo, acostado. Mire a ver si lo convence de salir a conseguir trabajo…

Subió las escalas y se ubicó inmediatamente en la segunda planta: al fondo, detrás de la puerta cerrada, era la habitación que buscaba. Cuando Marcos abrió, una humarada con olor a marihuana salió con él.

― ¿Mati?, ¿el mismísimo hijo de puta Mati?, pero es increíble, güevón.

― Invitame a pasar, mejor, desde acá huelo tu comodidad.

Se sentaron en el piso, Marcos cortó un cogollo de maría fluorescente de una matera que reposaba florecida en un rincón iluminado y empezó a cortarla en pedacitos pequeños, fina, con unas tijeras y manipulando el fruto con un guante de látex.

― Bueno, güevón, recibí el giro antier. Ya te tengo el juguetico acá, pero primero tenemos hablar, y ¿qué mejor que en compañía de la mejor cripa de esta cuadra?, ¿sí le viste estos cristales, parce? ―se reía emocionado, mientras liaba un porro con esa materia verde en un papel de cebolla.

― No te emocionés mucho, Marquitos, yo acá no me demoro. Ahorita tengo que volver a la casa a saludar a mis hermanos…es que acabé de llegar.

― Listo. ¡El que lo pega, lo prende! ―advierte, sonriendo, con la varita en la boca soltando humo ya. Me mira a través de la nube que sube― ¿Me pediste un tres ocho?

― Sí, eso mismo ―asintió Matías.

Marcos se levantó, le entregó el bareto y trajo una caja de madera que sacó de su closet. Se reacomodó en su sitio y levantó la caja con lentitud. Mientras le dejaba ver el contenido a Matías, empezó a describirlo.

― Cacha tallada a mano por el mejor tallador de madera de esta ciudad: mi tío, anti huellas, tambor de seis balas; me disculpás pero no te conseguí el de ocho, mira calibrada y debidamente ensayada, cañón recortado, y así no creás, esto que ves ahí estorbando, es una dizque recámara refrigerante, vos sabés, para que cuando disparés te lo podás guardar de güevas de una vez, sin quemarte los pelitos.

― Bueno, yo no entiendo mucho de esto, pero, te pegunto: ¿dispara?

― ¡Que si dispara, hombre! Smith & Wesson del especial, papito. Como en Pedro Navajas.

― ¿No la tenías con piscina, hombre?, ¿quién te dijo que yo quería la pistola de Rambo?

― Primero, es revólver. Segundo, con ese platal que me mandaste pensé que querías una chimba de fierro, y véalo. Carito y todo pero vale la pena…eso que me llevé mi comisión. Tome su ñatico, más bien, mijo. Para que lo sienta ―Marcos le entregó la caja, Matías le devolvió el porrito, y mientras se daba una calada enorme, le preguntó― Ve, ¿vos sí sabés disparar esa mierda?, acordate que de pronto vas y matás a alguien con eso ―dijo riéndose mientras se intentaba recuperar de un ataque intenso de tos.

― Yo estuve ensayando por Internet, con el mouse, viejo Marquitos. Enseñame de dónde putas la recargo y cómo disparo, no es más… ―vio en la cara de Marcos que no lo había convencido. Buscó algún argumento que lograra dejarlo ir en paz y prosiguió― Lo que pasa es que me di cuenta de que por acá anda también el mozo de Sandra y vos sabés que me la jugaron feo ese par. Un año, Marquitos, un año enterito…se me la comió todo un año, el hijueputa, doce meses…

― No, no sigás, Mati. Ve, güevón, yo te hice el favor porque de eso vivo, pero no quiero saber qué vas a hacer con tu juguete. Lo que sí entiendo es esa mierda de las doce balas. ¡Vos y tus números!, no cambiás nada. Lo único que sí te digo, maricón, es que si vas a matar a alguien en este sector, me digás y yo te pido el permiso. Donde te cojan haciendo eso sin avisar, te matan, hombre.

Le enseñó a cargar y a disparar el arma y antes de anochecer, se despidieron con el compromiso de trabarse más seguido.

//

Caminó en círculos por varias manzanas, haciendo tiempo para evitar llegar al apartamento temprano. En la casa, sus papás y Valeria estaban recibiendo la visita de la numerosa familia que venía a ver a Matías y a su hija. La noche pasó rápido entre recuerdos jocosos y mimos a la nueva niña, los platos se llenaron y a las doce en punto de la noche la pólvora fue llegando a primer plano para ser la banda sonora de un encuentro de abrazos entre familia.

― ¿Mi papá dónde está? ―le preguntó Valeria a la abuela.

― Ya debe estar que llega, mi vida. Él dijo que no se demoraba.

Con la caja en las manos y las doce balas en un bolsillo del pantalón, decidió llegar por fin a su apartamento. En la calle el alboroto de la gente con su euforia le obstaculizaba el paso. Aceras llenas de borrachos y el asfalto, convertido en improvisada pista de baile, estaba ocupado por parejas que se movían al ritmo de Los Hispanos y siguiendo la letra de la canción, tratando de imitar la voz de Rodolfo. Matías estrujó y lo estrujaron. Logró llegar a la entrada del edificio que necesitaba y tranquilo, por fin, llegó a su apartamento. Todavía estaban las maletas suyas tiradas abiertas, las de Valeria estaban donde la abuela. Puso la caja en la cama, sacó las balas y llenó el tambor. Se la encintó, fue por una botella de brandy que había sobre la nevera, virgen aún, la destapó y de un solo tiro se tragó media.

― Mijo, ¿será que le pasó algo a Mati? ―le preguntó Doña Vicky a su esposo.

― No seás pesimista, Victoria, ¡siempre pensando lo peor! Seguramente se quedó con Marcos fumando mariguana, vos sabés cómo es éste güevón de vicioso. La niña está acá con nosotros y está bien, eso es lo que importa…él está muy mamón ya y es capaz de cuidarse solo.

― Y apenas ese muchacho lo haya embaucado y lo atraque o alguna cosa mala, mijo… ―dejó la inquietud en el aire.

― Disfrutá el vinito que está delicioso, carajo, dejá de pensar pendejadas ―le dijo mientras levantaba la copa proponiéndole un brindis y acariciándole la cabeza para intentar tranquilizarla.

Desde la terraza del edificio veía aturdido cómo decenas de luces volaban por la ciudad, globos de mechero que la gente lanzaba cada año. La pólvora no dejaba de anunciar el año nuevo, resaltando en la oscuridad del cielo pero opacándolo rápidamente con una nube gris que se iba formando. El brandy a parte de saberle delicioso le quitaba peso del cuerpo, Matías sentía que lo único que pesaba ahí era su ñatico, en la chapa de la correa, colgado, a la expectativa. Miró su reloj, año nuevo con siete minutos, buena hora. El espectáculo multicolor que le presentaba la pirotecnia lo tenía más que asombrado, estaba cómodo, incluso sabiendo que su familia lo estaba esperando para abrazarlo. Se trepó a la parte más alta del edificio, donde una lámpara permanecía encendida iluminando la fachada del edificio. El viento sopló fuerte y Matías sintió que el brandy lo podía hacer caer, se paró firme con los pies separados, rodillas meramente flexionadas, abriendo los brazos, dejándose acariciar por el frío que le llegaba.

Sonaron unos disparos afuera y Valeria, asustada, arrancó a llorar con desespero. Ahora sí estaban preocupados por Matías, no aparecía. A esa hora era peligroso estar en la calle. Fernando salió a buscarlo en su camioneta, Doña Victoria quiso acompañarlo pero su esposo no estuvo de acuerdo y decidió, más bien, ir él. Las calles estaban infestadas de gente que vivía un carnaval total y la camioneta a duras penas avanzaba. Desde adentro atistababan en las aceras al extraviado, lo hacían borracho con sus antiguos amigos. Desde la casona, su mamá llamó varias veces al apartamento pero nadie le contestó.

Sacó el revólver, lo besó con los ojos cerrados y le susurró el nombre de Sandra. Lo cargó, estiró la mano armada y le apuntó al cielo. Haló el gatillo una vez. ¡Sí era verdad que se siente una fuerza rara! Abrió los ojos para luego inhalar profundo el olor a pólvora que llenaba el lugar. ¡Por tu infidelidad! ―gritó. Disparó de nuevo. ¡Por mi dignidad! ―gritó. ¡Por tu desvergüenza! ―gritó. Su cara se había convertido en una mueca de rabia. Otro disparo. ¡Por tus promesas! ―gritó. Volvió a disparar. ¡Por mi futuro! ―gritó. Disparó una quinta vez. ¡Por mi felicidad! ―gritó. Gastó la última bala del revólver. ¡Por vos, Sandra, por vos! ―dijo en voz baja y se mandó el resto de contenido que quedaba en la botella.

Las luces del apartamento estaban prendidas, era posible que Matías estuviera ahí, tal vez con alguna mujer, haciendo más hijos. Fernando se bajó del carro y caminó hasta el citófono. Llamó un par de veces pero no contestaron. O estaba muy ocupado o no estaba. Volvió al volante y convenció al viejo de regresar a la casa, de pronto, por qué no, ya había vuelto. Puso el motor en marcha y los ruidos pausados de unos balazos hicieron que Fernando frenara bruscamente. Al no ver movimientos extraños en la calle, sabiéndose a salvo él, su papá y la camioneta, y mirando la gente bailar, se tranquilizó. Antes de volver a acelerar, miró al edificio. Las luces se encendían una a una. La gente se asomaba a los balcones y dirigía su atención hacia la azotea del edificio, hablando entre ellos. Fernando y su papá orillaron el carro, se bajaron, y aprovechando la confusión de la gente del edificio, consiguieron llegar hasta el apartamento de Matías.

Lanzó la botella a una pared de concreto que daba a la parte de adentro de la terraza y se esparció, hecha añicos, por todo el suelo. Borracho por el brandy y por el éxtasis que sentía disparando, soltó una carcajada, se puso de cuclillas y volvió a llenar el tambor de su juguetico. Apuntó al cielo y accionó el arma una vez. ¡Por el pasado! ―gritó. Percutió de nuevo, esta vez fascinado por el movimiento perfecto que lograba el tambor cada vez que separaba el plomo y el casquillo. ¡Por el futuro! ―gritó. Disparó la tercera bala de la segunda tanda. ¡Por Valeria! ―gritó mientras, atacado por el llanto, se dejó llevar y sin quererlo, empezó a gemir de dolor y de felicidad y de euforia y de borrachera. Otro tiro. ¡Por ustedes, viejos! ―gritó. Hizo un quinto disparo, arrodillándose. ¡Por que ustedes me la van a cuidar! ―gritó. Según lo planeado, el último disparo, la última bala, no por amaño iba a ser disparada después de un grito. Sonriendo, se arrimó el ñatico a su sien derecha y comprobó que, efectivamente, la recámara refrigerante ésa, sí servía. ¡Por cobarde y por valiente! ―gritó. Sin dudarlo, terminó su nuevo año con un tiro en la cabeza. Había logrado sentir, al fin, el vacío que hay antes del disparo salvador.

Cuando descubrieron la puerta del apartamento entre abierta y cerrada era imposible encontrar a Matías, ya no estaba. Lo confirmaba la nota que, de su puño y letra, decía que él había decidido quitarse la vida, y entre otras cosas, dejaba claras instrucciones de no permitir que Sandra los ubicara y una que otra recomendación para la alimentación de Valeria. Murió sonriente. Así lo recuerda ella, siempre, cada fin de año, cuando reunida con su familia, sin él, comparten el delicioso, potente e infaltable flan de mariguana que la abuela Vicky, sólo ella, puede hacer.

Divagaciones de un moribundo


Hoy me desperté sudoroso y temblando del miedo porque soñé que estaba en mi velorio. Ahí estaba yo, en la caja, sin poderme mover, viendo a través del cristal unas caras conocidas, otras no, pero todas tristes. Mi mamá lloraba desconsolada, mi papá se controlaba pero tenía una cara larga y demacrada, mi hermana se había devuelto de Las Europas y estaba ahí, con sus maletas. Sin duda, era la continuación de una pesadilla recurrente en mi infancia, donde moría apuñaleado a mansalva y por la retaguardia a manos de Freddy Krueger, mientras veía a mi mamá y a mi hermana huyendo desesperadas…supe que era la segunda parte porque desde el féretro vi a Freddy podando los arreglos florales que adornaban el cuarto. ¡Qué pesadilla, por Dios! No me aterraba eso de estar muerto, sino de estar siendo velado en una ceremonia netamente católica, con cristos, cánticos, plegarias, tintos y llantos. ¡Qué horror!

No me mortifica mucho la idea de dejar de existir, la verdad, porque hace un tiempo descubrí que lo único imposible en esta vida, es no morirse. Desde que nacemos estamos luchando por no morirnos, crecemos aprendiendo a evitar la muerte a toda costa, vamos envejeciendo y necesitamos de medicamentos para mantenernos vivos, pero, ¿para qué tanta lucha, carajo? No nos sirve de nada. Siempre nos encuentra La Calaca. ¿Por qué tenerle miedo, entonces, a una cosa que tarde o temprano nos va a tocar vivir ―morir, en este caso? Un día decidí hacerle caso a la lógica y en vez de tenerle miedo a morir, decidí cogerle pavor a la vejez. No quiero llegar a la vejez, no pienso ser viejo. Y me refiero a la vejez corporal, al deterioro que vive la máquina, porque mi mente, ojalá, siempre va a ser de preadolescente. Todos somos moribundos porque cada segundo que pasa, es un segundo menos de vida, o mejor, uno más de muerte. Además, con este sistema de Gobierno que nos ha tocado y nos va a tocar soportar por quién sabe cuántos años, son cada vez más altas las posibilidades de amanecer muerto; sea de hambre, sea por injusticia, sea por inequidad o sea falso-positivamente; hay variedad.

Este tema de la muerte me ha venido rondando la cabeza desde hace unos años y tomé la decisión ―por egoísmo, digo yo― de que cuando me toque va a ser porque yo quiero, por mis medios y con mis propias manos. Y le voy a huir a la muerte, no por instinto, sino por postergación: todavía me falta sembrar un hijo, escribir un árbol y procrear un libro. También, en vista del entorno social de mi ciudad, me he tomado la libertad de planear mi futuro después de muerto: me parece terrible que estando ya sin vida, siga estorbando por ahí quién sabe cuántos años más. Cuando reciban la noticia de mi suicidio, dejo por escrito, para que sepan ―y quedan invitados, además―, habrá un agasajo con mucha música, mucho trago, mucho humo (queda a imaginación del asistente la clase de humo que quiera echar) que planeo tener paga para tales fines…quiero una despedida con alegría, hay que celebrar que decidí elegir otra forma de vida. Las cenizas resultantes de los cigarros de los asistentes van a tener un lugar de depósito, en algún rincón, donde, junto a mis cenizas, van a ir a dar, en una bolsa plástica y debidamente sellada, al basurero.

Sólo me falta pensar bien una frase que me sirva de epitafio. Necesito que sea corta, concisa, concreta y que represente algo de mi vida o de mi muerte. ¡Ya sé! Se me ocurre que en el lugar donde se depositen las cenizas en la fiesta, haya un letrero con la siguiente frase ―no me molestaría si alguien la publica en mi Facebook o en mi Twitter―: “Aquí yace…mató El Sujeto”.

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.