Alma máter

Me desperté sintiendo la cara tan pesada que con mucho esfuerzo pude abrir los ojos. Todo en ella era pesado, párpados, pómulos, mejillas, labios, sentía el rostro totalmente hinchado. Lo tenía. El autor estaba al frente mío, me miraba fijamente pero no podía ver ningún otro aspecto de su cara, sólo sus ojos estaban recibiendo el milimétrico rayo de sol que nos permitían tener en el lugar. Me mandé una mano a la cara y pude palpar la costra de sangre que me cubría la mitad, desde la ceja derecha hasta el mentón.

            ― ¿Qué es lo que tanto mira?, ¿no quedó contento con lo que le hice, quiere más? ―me lanzó el tipo desde las tinieblas―
            ― ¡No!, tranquilo, si no me puedo ni mover, ¡déjeme sano! ―le dejé claro, con toda mi valentía―
            ― Para que vea que usted también tiene tremenda muñeca, hermanito…me alcanzó a quebrar un diente.
            ― ¿Y qué quería, pues, que me quedara quieto después de lo que me hizo?

El hombre soltó una carcajada y después, sentí cómo se acercaba. Vi la llama de un fósforo encenderse muy cerca a mi frente, luego vi cómo se encendía un cigarrillo para dejar salir el humo que se dejaba ir directo hacia la fuente de luz. El tipo fumó en silencio por un par de minutos y me pasó el cigarrillo.

            ― No se extrañe por esas cosas, hombre, acá en la jaula es lo menos malo que le puede pasar a uno, los robos son cosas de todos los días…sobre todo a ustedes los nuevos, hay que ver con qué calibre llegan.

Yo escuchaba atento mientras me recargaba de nicotina. Estaba aturdido por los golpes y no alcanzaba a aterrizar sobre la realidad que el tipo me estaba pintando, ¿cómo era posible que los delitos eran pan de cada día en un claustro donde, en teoría, controlan al extremo a los criminales? Bueno, después de todo no era extraño, nada funciona bien cuando se trata del Estado. Le pasé el cigarrillo.

            ― Pero, ¿por qué yo, hombre?, no estaba haciendo nada, no le estaba hablando a nadie, estaba evitando contacto visual con todos…
            ― Por eso mismo, acá de nada sirve estar solo. Más vale tener un combo para cualquier emergencia, usted sabe ya de lo que hablo.
            ― ¿Cuánto llevamos en la celda de castigo? ―le pregunté por simple curiosidad―
            ― Un día y medio.
            ― Y…¿cuándo salimos?
            ― Depende de muchas cosas, hermanito…del genio del director, de los caciques, de los guardias, de la propina que podamos dar, del desorden que armamos…
            ― ¿Y cómo sabemos eso en este caso?
            ― Pues…―maquinó en silencio un rato―…de pronto en unas horitas, mire, cuando hay pelea entre dos de nosotros, nos encierran acá para que nos demos bien duro, para que nos matemos tranquilos, pero cuando no pasa nada nos sueltan a los dos días, necesitan el espacio para otros.

El sistema de relaciones que se manejaba en la cárcel me hizo sentir miedo. Estaba, al parecer, en una especie de limbo donde se vivía al margen de la ley y de la justicia. Había nuevos rangos que tenía que memorizar, roles diferentes para asumir, peligros constantes de qué cuidarme y, hasta un sistema monetario más salvaje que el mismo capitalismo salvaje. ¿Estaba dispuesto a soportar eso?

            ― ¿Por qué lo encerraron? ―me interrumpió―
            ― No quise prestar servicio militar, me cogieron en una redada y no tenía los papeles…tampoco les quise pagar. Estoy acá por traición a la Patria…o algo así.
            ― ¡Pero si le pegué a un hippie, ni más ni menos! ―dijo, en una carcajada―
            ― Nada de hippie, hermano, es que no estoy preparado para matar a nadie… ―el tipo dejó de reírse, aproveché el silencio para saciar mi curiosidad― ¿por qué lo metieron a usted?
            ― La primera vez, llegué porque sí tuve las agallas… levanté a mi ex mujer y al mozo. Dígame, ¿qué varón es capaz de aguantarse eso?
            ― ¿Y la segunda? ―le lancé, inquieto―
            ― A los dos meses de salir, me cogieron. Esa es la condena que ando pagando, quince añitos, extorsión y secuestro...se me fue hondo esta vez, era un negocio grande y me cogieron solito con los dos peladitos que nos habíamos robado…
            ― Pero, ¿cómo así?, ¿en dos meses pudo organizar un trabajo completo?, debe tener mucho talento…
            ― La práctica hace al maestro…además, ¿para qué cree que estuve tanto tiempo encerrado en la universidad?

Uno menos (-1)

Abrí los ojos y resulté herido gravemente por la luz del sol que dejaba filtrar la persiana que hasta la noche anterior estaba cerrada. Mientras tiritaba, miraba mis pezones erectos y me quejaba del frío con unos sollocitos entrecortados que podía a fuerza de luchas emitir. Una mañana gélida y había despertado sin cobija. Ella tampoco estaba, seguramente me habría intentado despertar quitándome la cobija pero mi sueño, esa poderosa fuerza que me roba y no me devuelve hasta que es necesario, habría suprimido ese detalle climático. Sueño mata frío. Todo hay que decirlo, dormí como siempre; perfecta y plácidamente. Al contrario de ella, que había venido perdiendo el sueño y por eso me intentaba despertar siempre que podía, alguna clase de justicia buscaba, aunque con resultados más que reprochables…y no porque yo no quisiera colaborar con su causa, ¡para nada!, si yo pudiera despertarme cuando me placiera, le colaboraría, de mil amores, pero ese problema siempre se me ha salido de las manos, va por fuera de mis límites.
Mi estómago estaba gritándome cosas desde allá abajo con su voz de Donald, como si no hubiera recibido alimento por semanas. ¡Nada más anoche tuviste una comida de buen burgués y ya estás pidiendo comida como buen pobre! ―le recriminaba mentalmente―, y sí, de pronto tenía razón porque dolía. Ella no merecía el dolor y creo que por eso me demoré unos minutos más en levantarme a buscar comida, por lo de la justicia, no era un mal tipo después de todo. Parecía domingo porque el silencio me aturdía, como cuando amanecía con resaca de vino tinto, sólo que sin el sabor vinagre y las escupas rojas. Miré el reloj digital y las letricas verdes me indicaban que era miércoles, no estaba tan equivocado, casi domingo. El miércoles es un día donde no pasa nada interesante, como un domingo o un lunes, pero se acerca más al domingo porque se siente potenciada esa cosa de no querer hacer nada diferente a estar echado como un perro viejo, pero sin latir desde el lecho.
Pues bien, me levanté a buscar comida. Domingo frío y sin desayuno. Un café fue el único consuelo que pude encontrar, y en mi caso no es raro que busque beneficio de las drogas; acto seguido fui por un cigarrillo para volverme a instalar en la cama. ¿Qué más puede hacer un desempleado con frío y hambre? Las cosas no iban bien y, comprobando las sabias palabras de Murphy, tendían a empeorar. Vivir no era sencillo, pero convivir era todavía más aterrador. Yo estaba acostumbrado a vivir con una sola persona: conmigo, no con dos…o con tres. ¡Sorry!, animal solitario, culpa de la gente. Claro que ella no tenía la culpa, ella no era gente. Por eso me fui a vivir con ella cuando me lo pidió, por eso no pensé dos veces en dejar el cuarto que arrendaba y buscar un apartamento pequeño. Los dos trabajábamos y nos podíamos dar ciertos lujos que, cuando decidí dedicarme a fluir, no pudimos seguir dándonos.
Ella nunca me echó la culpa de nada pero siempre supe que con una sola entrada la íbamos a ver negra. Desde mi estado, fluyendo, no podía hacer mucho y sin embargo estábamos comiendo bien y éramos felices. Hasta que. La vida siempre nos sorprende con unos quiebres extraños y a veces, o, a veces no, generalmente, en los momentos menos oportunos. Hablando de culpas, yo creía tenerla toda aunque ella no me dijera nada. En mi fluidez, me fluyó algo, revelador casi. Después de cuatro meses larguísimos de sufrimiento, nos pude librar. Todo se solucionó en una cena romántica.
Se terminó el cigarrillo, el café estaba a la mitad y algunos pajarracos destruían el silencio desde afuera. El frío ya era soportable, me levanté a recoger la cobija para, por ese sentimiento de culpa, tender la cama. En esas sonó el teléfono, era ella, nadie más llamaba: podía ser irresponsable pero me mantenía monógamo. Fui a atender lo más rápido que pude, y como siempre, no alcancé. Esperé el segundo timbrazo que nunca hubo. Intenté revisar el buzón del teléfono y tenía un mensaje grabado segundos antes:

            ― ¿Amor?, ¿estás?, llámame urgente al celular, traté de levantarte en la mañana y llamé varias veces pero no contestaste, me levanté sangrando en la madrugada y tengo miedo de que le haya pasado algo al niño, estoy en urg…―logró decir antes de que se cortara la llamada

Llamada que ponía fin a mi sufrimiento, a nuestro sufrimiento. El niño no nos podía preocupar más.

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.