Homo sapiens vitĭum


Charles Dickens, un novelista británico del Siglo XIX, dejó escrita una frase que sería de batalla de ahí en adelante hasta nuestros días: el hombre es un animal de costumbres. Yo me imagino que Dickens no se rompió la cabeza en el momento de escribir esas palabras, para el tipo debió haber sido de lo más natural notar que una de las cosas que nos diferencian del resto de razas animales es la posibilidad de desarrollar nuestra vida alrededor de ciertas costumbres. Y la frase sigue vigente porque aún los humanos tenemos la capacidad ―quizás la necesidad― de estar llenos de costumbres; todavía realizamos diariamente las mismas actividades por muchos años. Para mí es un signo irrefutable de evolución porque mientras los otros animales repiten comportamientos por instinto, nosotros lo logramos hacer por necesidad o por placer: costumbres y vicios. No sé dónde dejó Charlie a los vicios, supongo que no se quiso involucrar con ellos para no tener que estar dando explicaciones, seguramente se lavó las manos. El hombre es un animal de vicios, ojalá me esté leyendo, Don Carlos.

Sin ponernos estrictos en su significado, en términos generales, un vicio es un hábito que degrada física o moralmente al individuo, una práctica individual o colectiva que deprava a quien lo contrae; es la afición a algún placer. Desde las primeras civilizaciones han existido vicios, todas las personas del planeta han buscado placer de diferentes maneras, según iban evolucionando. De hecho existe una teoría que menciona a los psicoactivos como elemento clave para que algunos homo sapiens sapiens pudieran imaginarse utensilios y herramientas que los demás de su especie nunca hubieran podido: unos de los primeros de nuestra especie se estimulaban el cerebro con sustancias presentes en la vegetación y creaban hachas, cuchillos y hasta la rueda. Han pasado veinte siglos pero los comprendo, a mí también me gusta estimularme para no pensar lo mismo que los otros, y es que, ¿a quién no le gusta estimularse?, ¡hasta la viejita más camandulera se priva de placer para sentirse bien!, ojalá me esté leyendo, Don Carlos.

¿Qué habría sido Charles Bukowski de no haber sido un borrachín?, ¿cuántos casos hubiera resuelto Sherlock Holmes sin sus inyecciones de cocaína?, ¿cómo habría compuesto Jimi Hendrix sin sus cócteles variados?, ¿quién sería Bob Marley sin mariguana?, ¿qué clase de pinceladas hubiera dado Van Gogh sin Absenta?, ¿cómo hubiera interpretado Héctor Lavoe sin heroína o Joe Arroyo sin bazuco? Siempre ha sido una paradoja grande: lo que no mata, engorda. Todo lo que nos satisface, lo que nos suma alegrías o nos motiva a percibir las cosas de otra manera a la vez nos restan vida. Muy paradójico ser feliz y estar muriéndose al mismo tiempo, pero eso no le resta felicidad al asunto y, al contrario, hoy, pleno Siglo XXI, me atrevería a decir que todas las personas tenemos por lo menos un vicio. Lo digo desde el segundo país más feliz del mundo, tal vez primero en viciosos, destacándonos por la calidad del café, la cocaína y la mariguana, ojalá me esté leyendo, Don Carlos.

El hombre es un animal de vicios y mientras más vicios abarca más evolucionado está, en teoría. La obligación que tenemos como raza, en vez de expandirnos como plaga, es evolucionar y crecer mentalmente, pasar de una época a otra sin necesidad de guerras ni revoluciones armadas sino con ideas que trasciendan y no se queden en los meros instintos básicos con que aparecimos dotados. Y esa evolución, como al principio de nuestra especie, se logra con la astucia de algunos individuos más estimulados que otros, esa diferencia se puede marcar hoy en día con miles ―sin exagerar, miles― de maneras diferentes; las recomendadas de la casa son los psicoactivos y los alucinógenos (también conocidos como drogas de diseño). Tal vez la cafeína. Ojalá me haya leído, Don Carlos, y ahora, en vez de seguir echando cháchara voy a ir a hacer lo que me compete, con su permiso, me voy a evolucionar un rato.

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.